En un principio se dividió todo el territorio de América en dos virreinatos: el de Nueva España (1535, capital en México) y el de Perú (1542, capital en Lima).
El Virreinato de Nueva España fue creado tras la conquista de los pueblos indígenas de América Central y la derrota de los imperios Maya y Azteca, cuya capital, Tenochtitlan, actual Ciudad de México, fue conquistada por el famoso Hernán Cortés. Llegó a abarcar los territorios de la actual América Central, las Antillas, el centro y sur de los Estados Unidos y las islas Filipinas.
Fueron muy importantes sus recursos minerales, con centros mineros como Guanajuato, San Luis Potosí e Hidalgo. Estas minas constituyeron una de las más grandes fuentes de riqueza para la corona, utilizadas en Europa para financiar gastos de Estado, costes de guerras o para acuñar moneda circulante.
La conquista de los territorios del Virreinato de Perú fue llevada a cabo por Francisco Pizarrro. Este virreinato estaba comprendido entre Panamá y Chile, de norte a sur, a excepción de la actual Venezuela y, hacia el este, hasta Argentina.
En esta zona había grandísimas minas de oro y plata. Para explotarlas, el virrey Francisco de Toledo creó la mita, por la cual se sorteaba periódicamente a la población indígena para trabajar durante un tiempo determinado en ellas. A cambio se les daba un pequeño salario y se les evangelizaba. Esto provocó la muerte de miles de indígenas por las duras condiciones de trabajo.
Con la llegada de los Borbones se realizaron grandes reformas. El virreinato se dividió en tres virreinatos diferentes: el viejo Virreinato de Perú, el Virreinato de Nueva Granada (1717, formado por la actual Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) y el Virreinato del Río de la Plata (en 1776, con Argentina, Bolivia, el norte de Chile, la parte meridional de Perú y todo Uruguay). Con esto, el Virreinato del Río de la Plata ganó todo el protagonismo económico.
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